Una tarde de mayo, más calurosa de lo normal, transpiraba en demasía, y mi playera de algodón se hacía más pesada de lo que era. Siempre había detestado hacer el check-in en hoteles de playa, lo único que quería era aventarme a la alberca y correr hacia el mar. Sin embargo el check-in me recuerda que solo soy un visitante más, y que mi cuerpo no está acostumbrado al calor. Comencé a experimentar una sensación de incomodidad en los pies, como si el calor, me recordase que ahí tenía dos pies, con cinco dedos cada uno, y solo podía sentir el calor acumularse en mis tenis. Sentía como si fuera una canasta de tacos sudados, o una torta ahogada en bolsa, me produce asco esta sensación. La chica del mostrador del hotel me indicaba el número de mi reservación y los detalles acerca de mi estancia, yo solo podía pensar en la brisa de la costa y los intensos colores que el hotel tenía. Me parecía un poco extravagante y fuera de lugar la elección de la paleta de colores del espacio, yo sabía que venía a hospedarme en un hotel concepto como se hacía llamar, y esperaba extravagancias, pero el color solo me estaba sofocando.

La arquitectura del lugar era como si Luis Barragan y Pedro Friedeberg hubiesen colaborado en una construcción. Los muros estilo Barragán, pero los colores tan explícitos como en los cuadros de Friedeberg, la paleta principal consistía de un verde amargo y un rojo pasional, en la playa estos colores parecían fuera de otro mundo, y solo me generaban ganas de tomar agua y follar.
Después de realizar el check in, un bellboy me acompañó a mi cuarto. Durante este traslado, en algunos de los pasillos con un intenso aire acondicionado, pude ver a través de ventanales, albercas privadas de ciertas habitaciones. El fluir del agua en las superficies rojas y verdes, generaba en mí lujuria, y acompañado de mis sudados calcetines, solo encontraba confusión en mi mente.
Lujuria, calor y sed eran una muy mala combinación para alguien como yo.
Me encontré en mi habitación, conmigo. Recordando cuál era el propósito de mi estadía, en este lugar, ¿Cómo había llegado yo aquí? algo me indico que estaba aquí para festejarme.
¿Festejar qué?, ¿mi locura?, ¿mi sed?, eso no lo tenía claro. Pero mi familia me había regalado un viaje y me encontraba yo aquí, entre rojos y verdes, entre Friedeberg y Barragán. Los calcetines ya no eran más un problema, pero al ver mis pies ahora sentía como una comezón hasta que se desvanecieron en la losa que pisaba, ¿me estaba esfumando? Una pisada a la vez.

Decidí ir por algo de comer, lo menos que uno quiere al encontrarse en un hotel de costa, es encontrarse en una habitación con aire acondicionado y coger un resfriado. El restaurante me sorprendió, la atmósfera ahora me invitaba a quedarme y estar un tanto más en paz con el presente, me recibió un espacio con claros tintes de clasicismo, de cierta manera, me recordaba ciertas salas del palacio de Versalles y me invitaba a portarme como Dionisio, me senté solo. ¿Dónde se encontraba mi familia?, con la que iba a festejar. El menú consistía de platillos mediterráneos. Me pedí un suero y sentí la burbujeante efervescencia del fresco líquido, calmar mi sed; no tanto mi lujuria, y un poco menos mi locura.
Pedí un ceviche de callo de hacha, también unas almejas chocolatas y un aguachile, el mesero me ofreció el vino rosado del día, pero yo no bebo, ¿desde cuando no bebía?, no lo sé. Pero lo que menos necesitaba era un estado etílico, me sentía fresco y con un poco de claridad, cuánto me había costado estar así. A unas mesas de distancia pude observar a unas señoras, se veían con mucha menos claridad que la que yo tenía, ellas sí disfrutaban de los vinos y de sentirse Ninfas dionisiacas en un salón con interiorismo pseudo-clasicista, todo era una apariencia, pero parecía que no la estaban pasando mal. Me costaba trabajo disfrutar de mi callo de hacha mientras las estrepitosas risas de las señoras penetraban mi consciencia, la verdad era imposible que no captaran mi atención, genuinamente parecían ninfas, vestían de blanco y sus prendas eran holgadas y frescas, su piel pecosa y bronceada, en momentos su aroma llegaba hasta mi mesa, una mezcla de almizcle, hormonas, vino y limonada. Las cuarentonas comenzaban a atraerme, no me podía resistir a los aromas y menos a las ninfas, mi lado estoico me decía que me concentrara en mi comida, pero mi lado necio no podía evitar voltear a ver el gran show que estaban montando. Traté de disfrutar mi comida, la cual en definitiva tenía un gran sazón, no me considero muy conocedor en mariscos, pero tampoco un ignorante, la frescura de los alimentos era muy buena. Lo que más disfruté esa tarde fue el callo de hacha, podría haber pedido solamente callo de hacha y hubiera estado perfecto. No tomé postre.

Cuando me iba a levantar para retirarme, las ninfas comenzaron a desvariar. Una de ellas comenzó a desnudarse y las demás la siguieron, curiosamente yo era el único otro huésped en el restaurante y como buena cortesía, me invitaron a desnudarme también. Me pareció un gesto amoroso que me invitaran a hacerlo, sus cuerpos eran sensuales y suaves para la edad que aparentaban según su plática y modismos. En mi mente yo ya comenzaba a imaginar todo un carnaval de placer y depravación con ese grupo de ninfas. Pero algo en mi rechazó la oferta de desnudarme con ellas. Mi pulso se comenzó a acelerar y sentí una gratificación instantánea en el hemisferio del sophos en mi mente. Me había rehusado a las voluptuosidades de la vida. Pero una de las ninfas se acercó a mí cuando estaba por salir del salón, nuevamente invitándome a desnudarme, tocó mi brazo y mi pecho, era muy bella, tenía unos lindos pezones rosados que tenían una erección, me recordaba a Eva Green en “The Dreamers”. Sentía que ya no era tan estoico y que tal vez podría quedarme a disfrutar, pero sabía que no me convenía, algo muy dentro de mi, me decía que tuviera mucho cuidado, que algo ahí podía salir muy mal. Afortunadamente cuando estaba muy cerca de mí, noté su mal aliento, y eso rompió toda la fantasía. Me largué. Todo eran apariencias.
Caminando por los pasillos hacia mi cuarto; lo que antes había sido una cascada artificial que mediante el roce del agua me produjo una sensación de excitación, ahora me produjo náusea y asco, parecía sangre. Me encontré experimentando una claustrofobia particular, los pasillos me parecían oscuros y lúgubres, ¿acaso había alfombra antes?, ¿quién era el maldito diseñador de interiores de este hotel concepto? no podía jugar así con mi cabeza, ¿estaba imaginando yo la alfombra? ¿quién pondría alfombra en un hotel de playa?
Quería escapar de ese nauseabundo pasillo, quería vomitar los mariscos frescos que había comido, me sentía inundado como por una trompeta cacofónica en una melodía acelerada de jazz, necesitaba un excusado.
Vomité los mariscos y me dolió la garganta. Lo que antes había tratado de evitar: Un huésped enfermo en su cuarto de hotel, con aire acondicionado, que le produce frío, era yo en ese momento. Sudaba frío, y solo agradecí que el piso fuera de mármol y no de alfombra.
¿Habría sido la alfombra o el mal aliento de la ninfa lo que produjo la náusea en mi?
No había desecho mi maleta, así que me dispuse a desempacar. La maleta no tenía ropa, tenía un taladro y discos duros, pero no tenía nada más. Ya no sabía ni quién era yo, ¿cómo me llamaba? ¿Qué hacía yo aquí? Entré Barragán y Friedeberg.
Desperté y solo tenía la necesidad de salir a caminar, curiosamente había ropa adecuada en la habitación a mi despertar.
Me encontraba en un sendero peculiar, el sol inundaba el día, el sendero era una canaleta de tierra, estrecha y era difícil caminar en él.

De pronto observé unos perros, me comenzaron a seguir, me pareció que podían ser agresivos. Y solamente traté de alejarme pero no se iban y comenzaron a gruñir, entró en mi un temor, no me apetecía recibir inyecciones para la rabia, y menos con el calor. ¿Por qué no había ido a refrescarme al mar? ¿Por qué me encontraba entre perros rabiosos y senderos estrechos?
Uno de los canes comenzó a acercarse aún más, parecía no temerme y gruñía con más potencia, si les daba la espalda sería mordido.
La situación había escalado suficiente y tuve que marcar un límite físico con los perros, en el sendero había piedras en los costados, piedras de buen tamaño con las cuales se podía bloquear la canaleta, así que comencé a mover piedras las cuales caían entre mi y los canes, esto si que los espanto, y además bloquee el camino. ¿Ahora cómo regresaría?
¿Qué hacía yo aquí? ¿Las ninfas serían más peligrosas que los perros?, seguí caminando, no sabía hacia dónde, lo único que tenía claro es que me encontraba entre Friedeberg y perros, entre senderos estrechos de tierra y Barragán, entre ninfas y una costa calurosa.

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